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martes, 29 de julio de 2014

EL DOLOR Y EL DESASOCIEGO COMO TESTIMONIO DE LO VALORADO

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Mtra. Tomoko Yashiro

Quiero hacer una pregunta a los lectores de este artículo: ¿Han tenido experiencias devastadoras por las que han sentido un fuerte dolor y sufrimiento? ¿Han sufrido de dolor, de cansancio, de desasosiego en razón de las cosas que les han pasado? ¿Han llegado a sentir que su vida ha terminado a partir de una experiencia dolorosa, en la que han perdido el sentido de la vida? ¿Han llegado a sufrir la experiencia que acarrea el llamado desempleo, una grave enfermedad, la pérdida de un miembro del cuerpo, la muerte de un miembro de la familia, separación, divorcio, abuso, desamor, fracaso, fraude o de un accidente grave? ¿Qué han hecho en esos momentos? ¿Han hablado con las personas importantes de su vida? ¿Han evitado hablar con las personas a las que quieren para no preocuparlas? ¿Han logrado consolarse a sí mismos con cierta rapidez? ¿Han encontrado la afortunada salida a dichas emociones? ¿Se ha prolongado ese período de desasosiego? ¿Se han podido re-encontrar nuevamente con el sentido de la vida? 

Cada una de estas experiencias puede quitarnos nuestra energía y motivación para hacer cosas valiosas en la vida, e incluso en ocasiones nuestro propio sentido de la vida. A partir de experiencias severas es frecuente que sintamos desesperación e impotencia para seguir adelante, y que nos invadan la soledad y el aislamiento por no poder encontrar el vínculo que sentíamos con la vida antes de ese acontecimiento. Aun cuando no dudemos del amor y la confianza de las personas que nos rodean, hay veces en las que no nos sentimos cómodos al compartir esas experiencias con dichas personas, debido a diversos significados emergentes y complejos. Entre estos últimos encontramos, por ejemplo, los siguientes: el sentir que no nos pueden entender en nuestro propio y más profundo sentir, ya que no son esas personas quienes están viviendo dicha experiencia dolorosa; que sintamos que los demás se acaloran más que nosotros acerca del tema, y que empiezan a decir toda clase de instrucciones de lo que ellos consideran que debiéramos hacer en tal caso, en lugar de tratar de comprender e incluso validar el por qué de nuestra desesperación e impotencia; que nos duele tener que reconocer que no estamos pudiendo reaccionar con la misma fuerza y lógica que los demás han estado acostumbrados a ver en nosotros respecto de tales circunstancias; no querer asumir la posición de ser consoladas por otras personas; entre otras posibilidades.

Cuando uno siente que perdió el piso de su vida, las palabras de consolación de otras personas pueden sonar incluso como una especie de presión, mediante la que se nos dice que no debemos seguir sintiendo esa lamentación. Uno puede empezar a sentirse peor acerca de sí mismo, justamente por no poder dejar de sentirse mal. Las personas que  quieren a esa persona, también pueden llegar a sufrir en razón de ver que se lamenta de dichas experiencias, y ese dolor puede incluso volverse algo contagioso, como una cadena de desesperación, orillando a las personas que la rodean a trasmitir con enojo y/o impaciencia su sentir con mensajes como los siguientes: “Ya basta. Tienes que dejar de lamentarte”, “supérate”, “sé fuerte”, “olvídalo”, “hay que hacer esto y lo otro…”, “hay otras personas a las que les han tocado peores cosas y han podido seguir adelante”, etc. Estas frases de las personas cercanas, por más bien intencionadas que sean, no necesariamente funcionan como algo alentador y afortunado para una persona que sufre de desasosiego, sino que muchas veces son tomadas por ella como una “no aceptación” y/o “no aprobación” acerca de tal lamentación. A partir de ello pueden llegar a sentir, por ejemplo, algo como lo siguiente: “Aparte de que me ha tocado vivir cosas difíciles, soy además irracional, débil, tonta, me falta fuerza de voluntad, soy terca, merezco una descalificación, etc.” Respecto del amor y el cuidado, las cosas que suceden entre las personas que se quieren entre sí son complejas y muchas veces son difíciles de entender a partir de criterios que solamente distingan entre lo bueno y lo malo, tanto por lo que refiere a las expresiones de lamentación como por lo que respecta a las formas de consolación que les corresponderían.

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